Susana Lanas para Timelesspain / Sine Qua Non

abril 2020

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Hay algo inalterable en Fermín al paso del tiempo y al devenir de la experiencia, su humanidad. Algo que se traduce en su pintura, en su saber hacer, así como en su labor como docente y arteterapeuta, en sus escritos sobre arte, en su sentido estético como comisario y coordinador de exposiciones.

Licenciado en Bellas Artes, formado en Restauración de Pintura y en Terapias Artísticas y Creativas, con una amplia trayectoria y camino recorrido detrás, numerosas exposiciones individuales y colectivas, premios y reconocimientos le avalan.

Aunque su evolución irá tomando senderos experimentales continuos, la habilidad técnica en dibujo, el dominio de la composición formal y la transcendencia emocional del color, permanecerán inalterables en la obra de Fermín.

Una búsqueda que es una constante, es algo que puedes leer en su persona, una exigencia disfrazada de sensible curiosidad y observación atenta, como si no hubiese encontrado todavía la magia, el sentido del arte o a sí mismo, como si no estuviese conforme, como si siempre quisiera ir a más, a mejor.

Sus comienzos con una pintura más depurada, una figuración próxima al realismo, sobre fondos neutros pulidos y exactos donde apenas aprecias muestras del elegante paso de la brocha o del pincel.

Retratos de espaldas que observan algo inalcanzable al espectador y que van tornándose sutilmente en el tiempo hasta conseguir ser casi perfiles, integrándose en ese espacio de fondo que va cobrando cada vez más importancia hasta ser parte esencial de la obra.

Representaciones que hablan de lo cotidiano y lo común, lo familiar y lo cercano. Retratos solitarios, en grupos y parejas, de familia, maternidad y niños, de amigos, intelectuales y artistas.

Lo espiritual, lo psicológico. El silencio y el bullicio, la unión y los afectos, la falta de comunicación en la era tecnológica.

Evolución hacia una ya figuración neoexpresionista con un sujeto que se convierte casi en un apunte, en un boceto. Una atmósfera que se adentra en los límites de la figura difuminando su contorno, simplificándola, envolviéndola en una textura cada vez más evidente, más matérica e informalista, donde el gesto gana, la acción dripping divierte y el azar aparece en forma de aplicación directa, con libres salpicaduras y goteos expresivos.

Miradas, manos. Rasgos, gestos.

Y la Madre Naturaleza. El paisaje es clave en la obra de Fermín, es Maestro. Océanos y ríos. Panorámicas, rincones y ‘puentes de la vida’.

Es el momento de ‘la ausencia del cuerpo’, donde desaparece finalmente la figura y la superficie se torna puramente abstracta, presidida por la forma geométrica del círculo, parte integradora que no delimita pero si determina una nueva dimensión universal, una unidad de alma y cuerpo.

La esfera como un halo simbólico, como un planeta protector, un mapa cartográfico terrestre y oceánico, corrosivo y oxidado, luminoso y vibrante lleno de matices.

Un baile de sublimes veladuras, transparencias y aguadas, empastes y amalgamas.

Fermín Alvira, una obra que contiene simplicidad y complejidad, que respira poesía y lírica, que rebosa belleza y fuerza creativa.